Como casi todas de las entrevistas realizadas en SOMBRERO DE MAGA, la de Guillermo Walker surge de forma inesperada al caminar por una calle de Valparaíso, detenerse por que algo llama enormemente la atención y de pronto…un personaje frente a frente. La amabilidad que nos muestra este hombre de avanzada edad pero de vitalidad espumeante, nos hace reafirmar que tenemos que entrevistarlo de todas maneras.
En el “Wanderino” trabaja don Guillermo, quien compró este restauran con esfuerzo y ahorros de años de trabajo como garzón y al que le puso aquel nombre en honor al club de sus amores, siendo hincha y socio ha vivido los mejores momentos de su vida junto a su esposa, que según cuenta es más wanderina que todos. Lleno de banderines, adornos coloridos, fotos futboleras, recortes de diarios, diplomas y alguno que otro recuerdo de antaño, el local de Guillermo sirve a su público la patrimonial “cañita”, el siempre bien recibido plato de “porotos con riendas”, los cigarritos “económicos” y por supuesto la calidez de un lugar que viene siendo un lugar de encuentro para los adictos a la bohemia porteña que luego de ser exterminada, se quedaron naufragando entre veredas, postes de luz y escaleras en donde no suenan ni cuecas choras ni cha cha chás. Orgullosamente Wanderino, orgullosamente porteño, aún recorta tiritas de papel para repartir en el estadio cada vez que hay un partido y la salud le permite alentar al equipo que lleva fielmente en la piel.
En el “Wanderino” trabaja don Guillermo, quien compró este restauran con esfuerzo y ahorros de años de trabajo como garzón y al que le puso aquel nombre en honor al club de sus amores, siendo hincha y socio ha vivido los mejores momentos de su vida junto a su esposa, que según cuenta es más wanderina que todos. Lleno de banderines, adornos coloridos, fotos futboleras, recortes de diarios, diplomas y alguno que otro recuerdo de antaño, el local de Guillermo sirve a su público la patrimonial “cañita”, el siempre bien recibido plato de “porotos con riendas”, los cigarritos “económicos” y por supuesto la calidez de un lugar que viene siendo un lugar de encuentro para los adictos a la bohemia porteña que luego de ser exterminada, se quedaron naufragando entre veredas, postes de luz y escaleras en donde no suenan ni cuecas choras ni cha cha chás. Orgullosamente Wanderino, orgullosamente porteño, aún recorta tiritas de papel para repartir en el estadio cada vez que hay un partido y la salud le permite alentar al equipo que lleva fielmente en la piel.
